16 de septiembre de 2003
Mujeres SoHo
Andrea Serna
En una playa desierta de Barú, la modelo y presentadora ocultó muy poco a la lente del fotógrafo Carlos Gaviria. Prepárese para trece páginas de fotos y un texto de Andrea sobre hombres y sexo.
Por: Revista SoHoAl menos por una vez, valió la pena invertir los papeles: que una mujer fuera la que preguntara y los hombres, arrinconados, respondieran. En mi papel de inquisidora, frente a seis entrevistados, pude comprobar que, quien entrevista está en una posición privilegiada. A estas alturas, además, la naturaleza masculina es un misterio; nadie se ocupa de revelarla. Yo, por mi parte, saqué algunas conclusiones:
En su referente mental, cuando hablan de 'trío', siempre se refieren a dos mujeres y un hombre, pero cuando se les pregunta si invertirían los porcentajes (dos hombres y una mujer) todos saltan y, al unísono, responden con un "¡No!" rotundo. Tal vez eso sirva para que entiendan que para una mujer, estar con otra para complacer a su pareja, genera el mismo rechazo.
Las mujeres estamos convencidas de que la
virginidad es un atractivo extra y que un hombre haría lo que fuera por ser el primero en la vida de una mujer. Falso. Los hombres, o por lo menos mis entrevistados, sienten un respeto casi reverencial por la virginidad. Palabras más, palabras menos, todos corren cuadras con tal de no cargar con "semejante responsabilidad".
Frente a muchos temas, me era difícil asimilar la avalancha de palabras. Todos querían hablar, se peleaban el turno de responder, en fin... Hasta que vinieron las preguntas escabrosas: "¿Alguna vez, cuando ha estado en una situación íntima, la parte de su cuerpo responsable de la situación lo ha dejado abandonado?"... Miradas vacías, silencio sepulcral, balbuceos, tinto, agua, voy al baño, ¿me repite la pregunta?... Para los hombres, los temas que comprometen su virilidad son como caminatas sobre la cuerda floja, y hablando de cuerdas flojas, de seis, tan sólo uno tuvo la entereza de responder que sí, que no siempre las cosas salen como ellos quieren. Algunas mujeres son testigo.
Una hora de sesión a puerta cerrada, con seis hombres que, a pesar de las diferencias de estilo y de edad, respondían de manera similar, es difícil de resumir en tan poco espacio. Y en tan poco tiempo, porque como todos estaban evadidos del trabajo, no podíamos prolongar la cosa mucho más. Al final, luego de escudriñar sus intimidades con la lupa de mis preguntas y de cuestionar sus respuestas hasta el cansancio, se despidieron con sonrisas, me acompañaron hasta el carro y hasta me pagaron el parqueadero. Descubrí, una vez más, una de las cosas que me gustan de los hombres: su nobleza.