3 de febrero de 2014

Blog: Cartas desde Cúcuta

Amaranta Hank escribió carta para SoHo sobre los problemas de sus pechos grandes

No eran pequeñas antes de operarme, pero tenía apenas 18 años, edad en la que no es costumbre tomar decisiones maduras. Luego de tres años, no estoy arrepentida de mi talla 38C.

Por: Alejandra Omaña
Amaranta Hank
Su nombre es Alejandra Omaña y también es periodista. | Foto: Instagram: @amaranta.hank

No eran pequeñas antes de operarme, pero tenía apenas 18 años, edad en la que no es costumbre tomar decisiones maduras. Luego de tres años, no estoy arrepentida de mi talla 38C. Así que empecé a exhibir mi adquisición, más que por morbo, porque soy de tierra caliente y siempre he vestido con ropa ligera. Y aunque sobra decir que me gusta mi cuerpo, no todo lo que ha llegado con esto, han sido cosas buenas.

Primero, el innegable dolor de espalda, con el que se aprende a convivir, pero sumado a ello, como dice mi jefe: “un efecto de convulsión social”.

Los primeros años era envidada por mis compañeras de universidad, cosa que nunca me pareció buena. Cuando volteaba desprevenida, notaba que estaban concentradas en mis tetas, para encontrar algún detalle o error del que pudieran hablar con el resto de chicas o que le pudieran contar a los chicos, para ‘desilusionarlos’ de mí. Así decían que tenía una más grande que otra, que eran muy grandes, que estaban muy abajo, o cualquier cosa que desmentía mi espejo al verme desnuda y por supuesto, mi novio de ese entonces.

Luego, me convertí en una más con las tetas operadas, en una ciudad donde las chicas sueñan a diario con esto. Vi cómo era confundida con esas que tienen tetas, liposucción y cola, y un cabello negro muy largo, que imagino deben recogerse para no ensuciarlo cuando van al baño. Esas mismas que luego de las cirugías, esperan del novio un localsito para vender escotes y tacones con brillantes o para montar un spa y así autoproclamarse ‘empresarias’, o en el peor de los casos: ‘comerciantes’. Tanto me obsesioné con no ser como ellas, que mi larga cabellera, que ya pasaba a la cadera, fue cortada a nivel del cuello. Asumí que así no me vería como ellas y logré engañar a mi criterio por un tiempo.

Y en las calles de Cúcuta los piropos se hicieron sumamente intensos. No como las miradas bogotanas que pretenden no ser vistas, sino frases extensas en alto volumen que llegaban de tipos sudados con cadenas de acero inoxidable, que comparaban mis tetas con teteros o balones. Alguno dijo una vez que tenía una buena pechera.

Más tarde, cuando cambié por alguna temporada a Cúcuta por Bogotá, tuve un novio rolo que me llevaba a sus eventos de amigos, que incluían el fantástico plato de finísima clase, exclusivo de chicos bien que solo hablan spanglish (léase con ironía), el famosísimo ‘lomo al trapo’. Mientras unos se emocionaban con que la carne quedara al punto y otros conversaban sobre cosas de las que yo nunca hablaría, las novias de los chicos me miraban mal. Me sentía indecente, como si hubiese llegado en lencería. Aunque reitero que mis tetas son una parte que me gusta mucho de mi cuerpo, no podía evitar sentirme vulnerada. Eran muchas rolas tapadas, pálidas y jorobadas, mirando mal mi escote.

Luego el problema llegó a mi trabajo. Me muevo entre periodistas, comunicadores y algunos escritores. No puedo decir que todos se han quejado, algunos han sido amables conmigo, como no; otros, han hecho énfasis en que mi trabajo es sumamente serio y que no puedo proyectar una imagen de la típica mujer voluptuosa que pretende verse sexy con escotes. Y aunque siempre he querido mantenerme en la lista de las que algún día escribirán bien y se destacarán por su inteligencia, no logro proyectar del todo eso, por culpa de mis tetas.

Y en las redes sociales también pasó. Hace un par de semanas un tuitero me dibujó. Me pareció un gesto muy bonito y confieso que me sonrojé. Con emoción lo ‘stalkeé’ por un rato, hasta que descubrí que solo dibujaba a viejas buenonas, de tetas muy grandes, de más de 10.000 seguidores y pezones exploradores que nunca están dentro de la camisa. Él me estaba mezclando con mujeres que no eran nada parecido a lo que yo quería ser, tipo Diosa Canales.

Y aunque un amigo me dijo: “ser voluptuosa no es ser vulgar”, asumo que pocos piensan eso. Y tampoco es que las periodistas o escritoras (quiero ser ambas, aún no soy ninguna) estén condenadas a no usar escotes, porque sí los usan, las he visto. Y publican sus fotos en vestido de baño. Pero ellas, porque no tienen tetas, reciben comentarios hermosos y vainas como “qué linda”, “te ves bien”, en cambio, mis comentarios son tipo “que rica”, “delicia, cosota” y los inbox ni hablar. Y hasta parece que la única tetona tratada decente, es Sofía Vergara.

Y ese es el problema social de las tetas, de mis tetas. Problema que no ha llegado a mi cama y que no cambiará mi forma de vestir. Y aunque por estos días inicio un nuevo proyecto, muy serio y bastante importante en la ciudad, me verán en reuniones y acompañando a escritores, posiblemente con escote.

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